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viernes, 18 de enero de 2013

Apolonia 06



Llegados a este punto, estimados amigos, seguro que os preguntaréis sobre qué posible interés puede reportarnos un relato del tipo de Apolonia, teniendo en cuenta el tiempo transcurrido y la abismal y radical diferencia del entorno vivencial actual con el arcano del inicio del segundo milenio.


Enorgullecidos sin medida, como estamos, del endiosado progreso, nuestras miradas se resisten a ver,  con suficiente observación, detenimiento y sosiego como se aconsejaría, esa época pasada llena de magia y misterio que ahora mas bien percibimos como insípidamente sencilla o sosa, cuando no demasiado simple, y siempre plagada de inverosímiles supersticiones.
A poco que nos detengamos un momento, sin prejuicios,  y entendamos que mucho ha quedado por el camino que valía ciertamente la pena y mucho es lo que hemos ido acarreando de lastre inútil y cegador desde entonces; y, pasamos honesto balance, no siempre el saldo o fiel de la balanza se inclinará claramente por la bondad de lo conseguido, para hacernos olvidar, sin nostalgia, ese tiempo pasado.
La difusa luz de los siglos que envuelve el pasado más lejano, se apaga o brilla, según el interés que le prestemos.
Todos aquellos interrogantes filosóficos que el hombre se ha formulado a través de los tiempos: de dónde venimos, qué somos y dónde vamos; permanecen, pese a quien pese, sin repuesta clara y creíble.
Particularmente, debo confesaros, no es mi ideal de mundo el que se ha construido hasta este momento ni otro mundo es posible sólo mirando hacia delante. Ni creo que todo tiempo pasado fue mejor; pero si estoy enteramente convencido de que, si no echamos la mirada atrás, de tanto en tanto, para saber lo andado y dirección tomada, poco sabremos del camino hacia delante ni de su orientación.
De jovencito, uno de las frases que repetía, a guisa de sentencia, un inolvidable maestro de mis primeros años de escolarización: nada nuevo bajo el sol, me quedó lo suficientemente gravada en mi pensamiento para no olvidarla jamás pese a soltarla, como hacía siempre, en docto latín.
Impregnado, que no digo obstinado, por esa idea tan simple, he viajado en el tiempo para conocer la fascinante e increíble vida de Apolonia. Tan fascinante que no me perdonaría el egoísmo de guardármela solo para mí.


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