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jueves, 27 de diciembre de 2012

Apolonia 03

Apolonia era una bruja, o no tan bruja,  que vivió en ese lugar al tiempo que Roger de Blancafort, señor de la Encalada, dominaba ese territorio cuando los moros avanzaban y retrocedían de las huídas y embestidas de los cristianos.
Hiram era el hijo extramatrimonial de Roger de Blancafort. Apolonia siempre tuvo un sentimiento maternal hacia Hiram, auténtica devoción oculta en lo más recóndito de la vieja que sólo exteriorizó mucho más tarde, siendo Hiram adulto, en cuanto precisó de sus servicios.


Este lazo invisible de afecto no se sabe bien en qué se sustentaba. Ni existía parentesco conocido, ni otros lazos, ni siquiera el roce. Tampoco el motivo de ser los dos de la misma condición y raza: los agotes. Porque Apolonia bien se la tenía por tal, pero paradójicamente, ella nunca se consideró agote. Ciertamente, Hiram, era hijo de una agote; pero, su padre biológico, Roger de Blancafort, con el que convivió desde la pre adolescencia, era descendiente de una extraña estirpe dominante desde tiempos inmemoriales.
La primera vez que Hiram visitó a la vieja para requerir de sus servicios con motivo de las dolencias que padecía su padre, se atemorizó por la fiereza de los gatos que vigilaban la morada de la vieja en su ausencia.
Hubo de buscarla por los caminos cercanos a la cabaña, para encontarrse con ella,  pues la espera en los alrededores de la cabaña se le antojó imposible, por la insospechada impotencia y miedo que sintió al llegar, en la primera embestida que le propinaron los iracundos gatos de la vieja tan pronto el caballo había alcanzado el pequeño descampado que daba acceso a la morada de Apolonia.
La choza era de madera en su estructura y techumbre, estaba toda ella en su exterior recubierta de fajos de rama de arbusto bien trenados; y en la cubierta del techo, tapada toda ella de tierra que, en primavera se poblaba de verdes hierbas. Pero no sólo esa parte, constituía la morada de Apolonia. La verdadera morada se introducía en el interior de la roca. Una roca que siempre fue mágica, misteriosa e isotérica .Al pie más occidental del Montsec, en que el cielo era de tal nitidez que el firmamento se acortaba, permitiendo adivinar a algunos privilegiados dónde estaba la morada del creador. Corría el año mil dieciséis de nuestra era......


Continuará...



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